El reflejo del reflejo de una monja me persigue. Iracunda. Bregamos con nuestras palabras mientras la verdad de una sexualidad oculta, afligida, lapida el ambiente innegable y funesto que nos acomete y nos absorbe.
Y bajo la peregrinación de nuestros pecados vemos como, no en vano, desaparece nuestro arrepentimiento y nuestra congoja. El miedo ya no lame mis mejillas bajo cada amenaza del cielo encapotado porque me conozco libre y humano, y ante todo, imperfecto.
La fustigación del reflejo se pierde, con un gesto de ira y odio; de miedo, porque ya no tiene existencia en sí misma, no hay pavor del que alimentarse.
Ahora, ya camino solo ante el mundo.