"En la esencia de todo lo que existe subyace el arte" Ciruelo
"Mantén sucia la estrofa. Escupe dentro" Ángel González

Carta a una Madre

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Mamá, no he podido parar de llorar.
Me encuentro en el pueblo de Akobo, al sur de Sudán, en un ambiente tan entumecido y caótico que apenas consigo oír mi propia respiración sin pensar que es un lamento. No es más que un par de polvorientas chozas de paja, entornadas y tristes, alrededor de las cuales hay un remolino imperturbable y contradictorio que realmente me aturde. La absoluta quietud aletargada de personas hambrientas esculpidas en sus propios huesos, sin apenas fuerzas para caminar, compite con el agitado movimiento de mis compañeros, comprobando las existencias, proporcionando comida, agua y medicinas, o simplemente acompañándolos en sus lamentos y su pánico ante la inminente desgracia que saben que acaecerá tras 2 años sin cosechas ni lluvias. Me siento como un parche de saco en un elegante vestido de seda, la excelsitud de la gente del pueblo me provoca un rictus helado porque me fascina su entereza en tan difíciles condiciones. Saben convivir con la tierra que les rodea, con cada ser vivo y cada árbol. Veo a hombres y mujeres escuálidos y macilentos caminar como pueden, desnudos o con algún pequeño trapo que les cubre, y en vez de pensar en la gran falta de progreso que llevan atada al cuello soy yo la que se siente salvaje e ignorante, porque aún no se como quererme a mi y a mi tierra, a mi gente y a todas las diferencias que nos acompañan antes que a las telas que me cubren, las ideas que me han impuesto y las cárceles de cemento con las que hemos destruido. No consigo comprender como han soportado estas condiciones durante tantos y tantos años cuando yo apenas llevo varios días y siento desfallecer mis esperanzas y mi alma ante cada niño moribundo. Me producen tal respeto que no podrías llegar a imaginártelo, mamá.
El otro día he conocido a una niña, con no más de 2 o 3 años, que sufría de una grave desnutrición. Apenas tenía fuerzas para andar y venía en el cuello de su madre, que aunque no se encontraba en mejores condiciones suplicaba por alguna miga de pan o un poco de mantequilla de maní fortificada (que es el alimento con el que prácticamente se alimenta a los pequeños) que poder darle a su niña. La comida y el agua es un bien muy escaso y prioritario, incluso para los que tenemos dinero, pues no hay nada que comprar, y aunque por supuesto conseguimos encontrar algo para esa pequeña niña no era ni mucho menos suficiente para arrebatarle ni el hambre ni su grave problema de desnutrición. Vi sus ojos brillar de una forma que no había visto nunca en cuanto tuvo algo que poder llevarse a la boca y me produjo una gran ternura, me arrebaté la pulsera de caracolas que me compré contigo cuando fuimos de vacaciones a valencia y se la coloqué a la niña en su huesuda muñeca. Ella me dedicó una pequeña sonrisa. No puedes hacerte una idea de lo que es poder ver una sonrisa, por pequeña que sea, en el rostro de una niña demacrada, con las costillas sobresalientes y un abultado estómago, en un cuerpecillo parecido al de una momia pero envuelto en gastadas pieles en vez de vendas, en un lugar tan inhóspito y desesperanzador como este. Es un sentimiento que estoy segura de que no podrás entender a través de estas palabras, pero que le da el mundo a uno.
Hoy me he enterado de que esa niña ha fallecido. No debería parecerme nada nuevo cuando me encuentro en el lugar más hambriento de todo el mundo, donde más de 80.000 personas en el área se encuentran en una situación parecida, pero ha supuesto un duro golpe para mí. He llorado, y he tenido que replantearme si realmente nuestras diferencias son tantas y tan abismales, y de no serlo, porque ante los ojos de dios nos producen a unos más predilección que a otros, por qué unos somos colmados con bendiciones y otros con desgracias y castigos.
Madre, me muero. Puede que yo no sufra hambre, ni desgracias, ni tormentos, pero siento que se muere mi alma al haber perdido una a una todas las esperanzas que tenía en este mundo. Deshojada como un árbol en otoño.

Te quiere incondicionalmente,
Sonia. 


Fotografía de Michael Wells, UK.