"En la esencia de todo lo que existe subyace el arte" Ciruelo
"Mantén sucia la estrofa. Escupe dentro" Ángel González

5 de junio de 2011

Imagen embotellada




Si pudiera embotellar este momento... encerrarlo en una cápsula que lo separe del tiempo, del espacio, que sea solo mío como una mariposa atrapada en un cristal. Y llegar a mi habitación y con el silencio como único testigo del secreto, abrirla confidente, como si fuera una travesura infantil, para disfrutar de nuevo ese momento, para que nunca acabe. Y con libreta a mano y bolígrafo rojo aprovechar las palabras que me susurran las musas entre cada algodón del sueño.

Abrir la puerta de mi habitación y aparecer en un tren con destino a los recuerdos, observar la ventanilla que huye del paisaje con verdes arboledas de olor manzana y madera vieja. Aparecer en el espacio suspendido de un acantilado, entre marejadas bravas y cielos escarlata. Despertar nadando en un abrazo, perderme en un simple paseo a los largo de un sendero, de un parque, de una vida. Que traspasa mis paredes y se camufla entre las sábanas de mi cama. Y cerrar la puerta y perderlo todo, porque el tarro se ha perdido, porque la botella se ha roto.

Piratas



Tantos piratas viven en el aire suspendidos por la fuerza sus gritos.

Gimen ante las muñecas de trapo, reinas de mundos subterráneos dominados por la gonorrea.

Se columpian sobre sus sables de flores amarillas mientras se derrumban las paredes.
El mundo está podrido, encorsetado de mentiras que nacen de las alcantarillas y suben a las nubes a base de mordiscos dulces.

4 de junio de 2011

Lo llaman cocaína

Los imperfectos y escasos espacios libres del polvo de las nubes reflejaban un rostro frio. Frio de vida y ausente de la existencia misma. Aquel espejo había dejado de ser algo físico, era un espejo que reflejaba el alma, o lo poco que quedaba de ella. Reflejaba la putrefacta silueta de una vida carcomida, bapuleada, asqueada. De una vida torturada por los vicios nacidos del odio ajeno.

Acercó su cara al espejo para ver de nuevo los mordiscos que la muerte le iba sembrando por el rostro, devorándolo lentamente, sumiéndolo en un remolino tan profundo que ya había perdido la salida. Un remolino que le lleva a la destrucción misma, hacia una implosión en el vacío de sus vicios.

Se balanceó sobre el precipicio de la lucidez, pero la gravedad del abismo adictivo era demasiado fuerte para ignorarlo y cayó de nuevo en su eterno pecado. Se reclinó sobre el espejo y esnifó la sonrisa recta de la muerte, blanca como el marfil, dulce como la droga.