"En la esencia de todo lo que existe subyace el arte" Ciruelo
"Mantén sucia la estrofa. Escupe dentro" Ángel González

Crudeza de una Realidad


El aroma a rosas y lavanda la envolvió cuando abrió la puerta. Unas gotas de perfume en las bombillas y el olor se esparcirá junto con la luz, eso siempre excita al cliente. Le habían dicho al poco de llegar allí, cuando le mostraron el oficio, cuando la sacaron de la calle y le dieron techo a su niño a cambio de prestar su cuerpo. No era algo que le gustara, pero era la única opción que tenía si quería sobrevivir en un mundo como este sin papeles, en el que las promesas de libertad y trabajo tan solo se ven sinceras desde la lejanía.
Avanzó sobre el suelo enmoquetado de la habitación. Las paredes eran rosas y le ofrecían al ambiente un toque íntimo, que alentaba al contacto. El inmobiliario tan solo lo constituían una cama de amplias dimensiones, cubierta por delicadas sábanas de tonos nacarados y un tocador que no tenía mayor función que decorar. Esa ya era la tercera vez esa mañana que visitaba una habitación como esa, y aún le quedarían unas cuantas más antes de poder probar la comodidad de un lecho sobre el que descansar y abandonarse a los sueños, esos que le permitían volar y olvidarse de quien era y que hacía.
Estudió al hombre que tenía ante ella. Andaría por la cuarentena,  con entradas en su oscura cabellera y bastante delgado. Una barba de un par de días cubría su cara dándole un aire mas desaliñado y macilento. La insistencia con la que movía sus manos demostraba su nerviosismo. A Yolanda le gustaba analizar a los hombres con los que se acostaba. Eso le permitía comprenderlos mejor y hacía menos ardua la tarea de complacerles.
Estudió con detenimiento sus facciones, su cuerpo, sus gestos… cientos de pequeños detalles con los que descubría el interior de todos aquellos hombres que pasaban por sus brazos. Solteros desesperados que solo encuentran este modo de conseguir más amor que no sea el de su madre, hombres casados con problemas en sus matrimonios que desean desahogarse sexualmente, hombres separados que ven próximo su final como máquinas activas, parejas o solteros que acuden aquí para probar cosas nuevas que con la confianza de una pareja no pueden probar….
Con la intención de arrebatarle el miedo al hombre avanzó con pasito provocador hacia él. Empieza la actuación.
- No te preocupes mi amor, tu mujer no tiene porque enterarse, ¿ Por qué no te relajas y disfrutas? No tienes de qué temer.
- No soy yo el que debería tener miedo - Su mirada ausente pasó a convertirse en una feroz en cuestión de segundos, y con la velocidad de un rayo su mano sacó una navaja del bolsillo de su cazadora y la llevó a la garganta de la mujer  rodeándola por el cuello. Yolanda aún no había acabado de abrir la boca cuando la otra mano se la tapó con fuerza ahogando cualquier sonido que hubiera querido producir.
-¡Chssst! Como se te ocurra soltar un solo grito te juro que te mato. - Su voz sonaba ronca, peligrosa.
Agarrándola aún con fuerza, y con la navaja todavía en su cuello la arrastro hasta la cama donde la azotó con fuerza, y soltó de su agarre mientras se desabrochaba el pantalón. Sus ojos ya estaban inundados en lágrimas  y suplicaban por compasión.
-Por favor, por favor, ¡ por favor! No me haga daño. Te-Tengo un hijo… por fav..
-¡Cierra la boca!- Tronó con fiereza. Su cuerpo se lanzó con violencia hacia el de la mujer, obligándola a volverse de espaldas y enterrar su cara en la almohada para acallar sus protestas.
Sintió la poca ropa que llevaba siendo desgarrada y el duro miembro del hombre estallando contra ella, desgarrándola desde atrás y quemando todo a su paso, la impotencia de no poder hacer nada mientras la crudeza de aquel hombre la despojaba de su dignidad y la mancillaba sin siquiera preservativo.
Con la cabeza aplastada contra la almohada lloró amargamente maldiciendo su suerte. Una muñequita de trapo, un títere roto y triste, así sentía. Con hilos invisibles sujetos a sus muñecas que con facilidad pasmosa la manejaban a su antojo, como quien disfruta de su poderío, como el que juega con la vida y elige su destino cruelmente sin darle a ella la opción de elegir.
No supo cuanto tiempo duró, no supo cuanto dolió hasta que se puso en pie, pero lo que más la hirío fue tener que obedecer al hombre de nuevo, cuando le ordeno que le diera un beso como despedida ante la cámara del pasillo.
Cuando la espalda del hombre se perdió en la lejanía sus piernas empezaron a desfallecer, el miedo volvió y las lágrimas acudieron de nuevo. Se dejó caer hasta quedar sentada en el suelo y lloró. Lloró nuevamente por lo sufrido y por tener que vivir esa vida que ella no eligió.
No tardaron en llegar compañeras, en acudir el regente de la casa donde decenas de mujeres se vendían en busca de dinero que pocas veces llegaba a sus manos. De poco sirvieron los informes médicos, nada se pudo hacer con las pruebas y mucho menos con aquél hombre que aún trota por las calles. No hay justicia para una mujer que no tiene papeles y que vive del sexo. No hay justicia para aquellos a los que se les niega la vida simplemente por haber nacido en otro lugar. Solo queda seguir haciendo lo que hasta ahora, luchar contra el miedo y la ansiedad que cubrían su cuerpo cada vez que un hombre desconocido le ponía las manos encima, y seguir vendiéndose para poder darle comida a un hijo.

A algunos les gusta su vida, a otros no.