Camino por un espacio carcomido por los restos de humanidad que mi especie ha dejado. Calles desoladas de sentimiento alguno y pobladas de infames deseos de venganza y autodestrucción que se alimentan de sí mismos para ir creciendo, y convertirse en seres palpables ávidos de sangre y tinta.
En el movimiento del viento puedo oir una melodía lastímera y melancólica que me trae sabor a recuerdo. Son tambores de lamentos que agitan sus llantos hacia el cielo y las almas perdidas que vagan de desolación. Una melodía de voces finas y perfiladas que espante a los cuervos de mi negra sombra, pero que no es dulce y penitente, si no que cobija en su interior la furia de unos dioses olvidados y resentidos en óxido, que gritan al odio de los avasallados, buscando clemente destrucción y matanza como purga por la sangre ya derramada. Unos dioses que gurgutan y me atormentan en mi propia imaginación con voces desgarradas y sus propias caras bañadas en el néctar escarlata de vida y muerte. Festines y apogeos de gran guerra, y, ¿Cómo pararlos si ellos mismos mueven mis hilos desde el subsconsciente para que mis piernas anden, y mi cuerpo camine por las calles, devastadas y vacías, gastadas de cuerpos ausentes? ¿Cómo pararlos si son las bestias de mi propio remordimiento, enlatados en botella de vino Bourgogn en un carnaval de realidad disfrazada?
No hay comentarios:
Publicar un comentario