" Me compadezco de ella, que inocente, no se conoce, no se sumerge en las profundidades de sí misma cada noche."
Tierna y trémula carne que tiembla bajo la sola imaginación de una caricia con pasión y la burla provocadora que subyace bajo cualquier acto impuro. Carne joven y enrojecida por el paso palpitante de la virtud en cada bombeo de sangre. Inexploradas selvas sudafricanas de climas cálidos que, varadas como ballenas en la madurez, sucumben lentamente al degradamiento progresivo.
Cerrará los ojos y estos se abrirán solos en otro sitio, en otra dimensión en la cual quien lleva las riendas es su cuerpo y no su cabeza. Querrá detener sus manos y retorcerse más que una serpiente mientras se repite que no quiere. No. No que no quiere, que no debe. Pero nadie escuchará sus quejas ni lamentos, porque su cuerpo ya se estará moviendo al ritmo acompasado que su corazón le marca con un Bum!...Bum!... Y más rápido, y más saciado. Bum! Bum! Bum! Y mientras tiembla acunada en el calor que surge de su interior y que explota con una onda expansiva y la destrucción de su Tsunami, escuchará como sus réplicas se doblegan fustigadas por un placer sobrehumano que le devuelve a sus instintos más salvajes y al mismo tiempo los más humanos.
Sentirá que desfallece porque el oxígeno que respira no es suficiente para alimentar dos bocas; y la primera, la voz de su conciencia, se irá ahogando con sus lecciones morales al fondo más oscuro de su cabeza, donde sus pensamientos no llegan; y la otra, su voz física, se romperá, se desgarrará entre gemidos que oirá lejanos, porque esa no le parece su voz ni la de nadie que conozca, porque su timbre es tan sugerente y lascivo que causa estragos en ella misma solo con oírlos, reavivando el fuego que creía extinto con una nueva fuerza totalmente desconocida.
Cerrará los ojos y estos se abrirán solos en otro sitio, en otra dimensión en la cual quien lleva las riendas es su cuerpo y no su cabeza. Querrá detener sus manos y retorcerse más que una serpiente mientras se repite que no quiere. No. No que no quiere, que no debe. Pero nadie escuchará sus quejas ni lamentos, porque su cuerpo ya se estará moviendo al ritmo acompasado que su corazón le marca con un Bum!...Bum!... Y más rápido, y más saciado. Bum! Bum! Bum! Y mientras tiembla acunada en el calor que surge de su interior y que explota con una onda expansiva y la destrucción de su Tsunami, escuchará como sus réplicas se doblegan fustigadas por un placer sobrehumano que le devuelve a sus instintos más salvajes y al mismo tiempo los más humanos.
Sentirá que desfallece porque el oxígeno que respira no es suficiente para alimentar dos bocas; y la primera, la voz de su conciencia, se irá ahogando con sus lecciones morales al fondo más oscuro de su cabeza, donde sus pensamientos no llegan; y la otra, su voz física, se romperá, se desgarrará entre gemidos que oirá lejanos, porque esa no le parece su voz ni la de nadie que conozca, porque su timbre es tan sugerente y lascivo que causa estragos en ella misma solo con oírlos, reavivando el fuego que creía extinto con una nueva fuerza totalmente desconocida.
Un ave fénix se ha colado en su estómago y está reviviendo de entre sus cenizas en su interior, haciendo que se abrase, que se muera, que pierda el poco control que ejercía sobre su cuerpo. Su espalda se crispará con el sonido más horroroso que hubiera podido hacer, como el de un cuello al ser retorcido con la fuerza de un gigante, y sus brazos dejarán de ser suyos, caerán al vacío más profundo, se desprenderán de su cuerpo totalmente dormidos, junto con las manos, que ya tendrán los nudillos blancos. Sus piernas tomarán vida por si solas y saltarán azoradas en rápidos movimientos que faciliten la expulsión de tensión de su cuerpo, de los espasmos y el fuego que la sacuden.
Y cuando crea que ya se haya acabado se encontrará cayendo al abismo más profundo de sí misma, donde sus fantasías no llegan, ni su cansancio, ni el murmullo lejano de su conciencia diciendo que ha pecado. Un abismo más profundo que el más inmenso de los mares, en el que se encontrará a la deriva entre aguas calientes y el más absoluto de los negros, buceando incansable hasta el final del abismo, cayendo a las profundidades más letales de un sueño, donde el duermevela se hace dueño de ella antes de que llegue a darse cuenta y caiga, irremediablemente, en las garras del dios de los sueños pasajeros.
Y cuando crea que ya se haya acabado se encontrará cayendo al abismo más profundo de sí misma, donde sus fantasías no llegan, ni su cansancio, ni el murmullo lejano de su conciencia diciendo que ha pecado. Un abismo más profundo que el más inmenso de los mares, en el que se encontrará a la deriva entre aguas calientes y el más absoluto de los negros, buceando incansable hasta el final del abismo, cayendo a las profundidades más letales de un sueño, donde el duermevela se hace dueño de ella antes de que llegue a darse cuenta y caiga, irremediablemente, en las garras del dios de los sueños pasajeros.