Me perdí en el suave tacto de tu piel de caramelo cuando observar dejó de ser suficiente, y el delirio que ello me produjo recorrió mi espalda como un latigazo con incrustaciones placenteras de dolor ajado. Besarte un hombro se convirtió en el mayor de los pecados capitales a los que podía aspirar, atrapar la espuma de tu dermis entre mis labios sería toxina y cura en una misma cucharada; la medicina que calme mi alma, el sabor que me arrastre a la adicción. Piel clara, piel blanca, piel tierna; su palidez cremosa, suave, no enfermiza, como el corazón de una manzana o un melocotón, la espuma de un expreso recién cortado. Un dulce susurro de terciopelo que incita a las caricias, a un beso casto y delicioso, para poder enterrarme en el olor de tus poros y no despertar hasta mañana. Quiero comprender el porqué de las calideces blancas en las nieves de tus pómulos, y besarte hasta verterlas de sangre, de carmín rosado que también perla los besos. Comprender el porqué de esa adicción engañosa y venenosa que me distrae, que me concentra, que me incita a la locura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario