A pesar de escribir aún tengo ansias de sangre entintada, videos y reproducciones de imágenes inexistentes ascienden por mis tripas y explotan en mi cabeza. Son ideas que me ahogan y me atrapan en un remolino de negrura furioso, delirante, enloquecido, rabioso, imprudente, atolondrado, sangriento, que mueven mis dedos a velocidad inexplorada. Son puro Canivalismo por la lectura.
"En la esencia de todo lo que existe subyace el arte" Ciruelo
"Mantén sucia la estrofa. Escupe dentro" Ángel González
30 de junio de 2010
Sueños
29 de junio de 2010
Consumido
Mordisco suave, lento y afligido en tus manitas de vello raso, de sol verano, de agua y sal. El sangrado de tus labios recorre en lentitud el pasillo de desgarradoras pasiones de un rojo que vive y late con frenesí caliente, ante la cercanía de un roce furtivo, salvaje, de carne contra carne, de rosadas piernecillas entreabiertas en los labios ,con el destello de lagunas verdes, que aullan, que titilan con el destello aún blanco del sediento. La persecución es austera y sacudida, y no huye pero si persigue, porque el roce de las sábanas lo lleva a otros lugares, navegando entre las olas de los pliegues manteados de frescas rosas recién cortadas y gotillas perladas que saludan desde sus no barcas. Flamígeros rastros que dejan tras de sí las cenizas de una pasión de caricias consumidas y el esqueleto pútrido de un colchón repudiado, compañero de aventuras, enemigo en el olvido.
Secreto de secreto
Los cuadros de mi falda deliran con tus roces y vuelan lejos junto con la tela, que se olvida en los sueños. Son secreto de secreto las motivaciones, las sensaciones, las acciones, y en el borde acicalado de la camisa restos de tiza, polvo blanco y nacarado que desprenden también tus nalgas, y tu pecho, ávido de carne fresca y blanda que espera y anhela entre el cobijo de mis senos. Rosadas cumbres que son mordiscos.
Son secreto de secreto, y en lo oscuro lo profundo, que florece, que renace, porque permanece oculto, bulboso, mojado, baboso. Y hambriento, oculto en el bolso de tela fina y los arañazos de porcelana blanca con medias de color y braguitas mojadas, porque se encuentran en el secreto de tus brazos, de tus manos de tinta verde y tiza.
26 de junio de 2010
Érase una vez un día extraño...
23 de junio de 2010
De garbanzos y peonzas
21 de junio de 2010
Cerezas de invierno
Faldas fustigadoras
Los buses diarios son un atolladero de viejas sin pasatiempos que planean a la caza de alguna joven que despellejar a lengüetadas y críticas, de olor nauseabundo de decenas de cuerpos juntos, compartiendo espacio vital antes de haber cruzado una sola palabra. Palabra que en la mayoría de las ocasiones no llega ni siquiera a cruzarse nunca, aunque vuelvas a sentarte al lado de la misma persona día tras día a la misma hora durante 6 años de tu vida. El búho nocturno sin embargo te da esa esquinita oscura de reflexión entre el silencio de la oscuridad y el jolgorio de los que perduran con la fiesta, una esquinita en la que se respeta el espacio vital del prójimo. Son reglas no escritas sobre el contacto en movimiento durante la noche. Lástima que las mujeronas diurnas no las conozcan. Coge la curva, me he bajado de mi silla, adelante del todo y justo detrás del conductor, donde he pasado todo el trayecto mirándome en el reflejo del cristal mientras practicaba mi mirada seductora, me mojaba los labios y guiñaba el ojo. Detrás de mi un hombre alto, con barba y bastante horrible me miraba sin parar. Lo se porque a él también le veía desde el reflejo. Caminó hasta acercarme a la puerta, el bus se acerca mi parada. Mujeronas viejas, cuervos, amargadas, divorciadas, separadas, viudas y suegras. Repelentes, nocivas, viperinas, venenosas. Todas las viejas me miran. No, no me miran, me atraviesan. Han dejado de cotillear sobre Belén Esteban y de quejarse sobre sus muchas y diversas dolencias (Su razón de ser y de vivir a partir de los 40) se han centrado en mirarme de arriba abajo, de juzgarme cuando no saben nada de mí. Llevo una minifalda que deja poco a la imaginación. Tapa justo lo que tiene que tapar, ni más ni menos, lo justo. Y un escote. Sin chaqueta. Creen que mirándome de esa forma me harán sentir una prostituta, alguien inferior, debería avergonzarme. No lo consiguen. Otra chica se baja de su asiento rojo escarlata, quemado y pintado por todas partes, y se acerca la puerta. Está justo frente a mí, un metro. Su mirada es una pura daga, una lanza al rojo vivo. Me escruta, me perfora, me invade. Me mira con cara de repulsión, ¿o puede que sean celos? Quizá envidia, quizá odio. ¡Que importa! Puede que solo quisiera escupirme en la cara. (En ese caso, debería saber que en este arte tengo las mismas habilidades que el mayor de los cerdos ibéricos españoles de taberna) Yo no le aparto la mirada tampoco, se la mantengo.
El bus se para, ambas bajamos, pero yo camino más rápido. Subo primero la cuesta. Desde abajo debe de vérseme todo el culo. La falda solo tapa lo justo, pero sobre terreno llano. Al principio tiré un poco de ella hacia abajo, inútil. Luego tiré por la parte de delante para que hiciera tubo alrededor de mis piernas y se ajustase al culo. Finalmente me pregunté ¿para qué? Solté la falda, dejé que pululara a sus anchas alrededor de mi cadera. Ella creía de mí que era una puta, y nada de lo que hiciera por tratar de taparme cambiaría eso. ¿A quien pretendía engañar? Quería que lo siguiera pensando, quería que creyera que venía de calentar pollas, de follarme a 20 cuerpos, de fustigar a la decencia con oleadas de placer y locura, de retozar como una perra con la decadencia de esta ciudad. Pensando esto, y con una sonrisa (la misma sonrisa lasciva que había venido practicando en el autobús) me subí la falda imaginando con placer su cara de espanto.
Solo me pregunto… ¿le habrá gustado mi tanga?
Puta
Mujer de vida alegre, mujer miserable del deseo. De esputo toxico en cráneo desértico, de caricias desgarradoras en la tierna piel del inocente. Tus besos son veneno que encadena, que arrastra, que exorciza, que peca, que matan. Tu lengua viperina ahoga cualquier lamento con el chasqueo de una cavidad mojada. Puta, mujer de mala vida, te quiero. Entro en el fuego armado de tus sabanas con casco militar y coraza de hierro, en el abrazo de tus piernas con timidez arrogante, porque se que me quemaras, me partirás en dos con tu mirada cándida de prohibido y pecado, y no me encuentro otro final que morir, morir ahogado en las negras lagunas de tus ojos. Buscar cobijo en tu hombro y tu pecho, y morder con avidez, con ansia y con furia, hacerte daño por hacer que te desee tanto, desfigurarte para que no te miren, que ningún otro hombre te toque, que no ejerzas de la calle si no es conmigo, que los hombres de rojo se paren al verte y los incandescentes verdes aúllen sus secretos, los susurros escapados de día y de noche en la grupa de las cebras. Lamer con avidez, lamerte a ti y a tu estela, tu fuego, tu caricia, toda tú, toda tú lamida y cubierta de mis besos. Acunarte en los pliegues de mis sabanas hasta que el amanecer nos encuentre despiertos, y tu te vayas, y yo te olvide.
Poetas del abismo
poetas del abismo.
poetas del abismo.
Putrefacción
Sofocado por las llamas del deseo
Que a dentellada provocan
Estremecimiento visceral.
Mordiscos de furia contenida
En una carne henchida
Que supura amargura.
Esclarecimiento pasajero
Ante el cristalino chapoteo
De un escupitajo locuaz.